El Hombre de la Limpieza

Desperte de una semana de borrachera decidido a matarme.Estaba cobijado con Eva por entonces,y no pintaba.Se habia acabado el dinero,se debia el alquiler, y aunque hubiese encontrado algun tipo de trabajo esporadico, eso no me habria parecido mas que otro tipo de muerte.Asi que me suicide.Luis me habia dado la direccion de un almacen de pintura donde necesitaban un dependiente.Debia preguntar por Zita y ella me informaria del trabajo.
Entre por la parte de atras donde estaba el almacen y pregunte por Zita.Tenía una nariz respingona muy atractiva, un trasero maravilloso y unas tetas cosa fina. Era una chica espigada. Con clase.
—Luis me ha dicho que eres pintor.—A ratos.
—Oh, me parece maravilloso. Tenemos a gente tan interesante trabajando aquí.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, el hombre de la limpieza, por ejemplo, es un anciano; Maurice, se llama, y es francés. Viene una vez a la semana y limpia el almacén. También pinta. Todas sus pinturas, pinceles y lienzos los compra aquí. Pero es bastante extraño. Nunca habla, sólo mueve la cabeza y señala. Simplemente señala las cosas que quiere comprar.
— Uh, huh
—Es bastante extraño.
—Uh, huh.
—La semana pasada fui al lavabo de señoras y el estaba allí, fregando en la oscuridad. Se había pasado allí cerca de una hora.—Uh.
Tú tampoco hablas mucho Indie.
—O, sí, sí que hablo, no pasa nada.
Alguien llamo a Zita, se disculpo, y se dio la vuelta y se alejo. Me fije en sus nalgas, que transmitían su seductor contoneo a todo el cuerpo. Era magica. Algunas mujeres eran magicas.
En ese momento es cuando vi llegar al viejo. Tenía un descuidado bigote gris desparramado alrededor de la boca. Iba vestido de negro, con una bufanda roja atada al cuello y una boina azul en la cabeza. Debajo de la boina surgía una abundante y desgreñada cabellera gris.
Los ojos de Maurice eran lo más distintivo de todo su ser; eran de un verde vivido y parecían mirar desde remotas profundidades del interior de su cráneo. Cejas tupidas. Iba fumando un largo y estrecho cigarro.
—Hola, chico —me dijo.Apenas tenía acento francés. Se sentó en el extremo de la mesa de empaquetado y cruzó las piernas.
—Creí que usted no hablaba nunca.
—Ah, ya. Cojones. Yo no mearía en un agujero por ellos. ¿Para qué andarme con cuchicheos y jodiendas?—¿Por qué limpia los retretes a oscuras?
—Es por Zita. La espío. Entonces me la casco y me corro por el suelo. Luego lo friego. Ella lo sabe.—¿Es usted pintor?
—Sí, estoy trabajando en un lienzo en mi habitación. Tan grande como esta pared. Pero no es un mural, es un gran lienzo. Estoy pintando la vida de un hombre, desde su nacimiento a través de la vagina, a lo largo de toda su existencia y finalmente hasta su sepultura. Observo a la gente en el parque. Los utilizo. Esa Zita, debe dar gusto follar con ella, ¿verdad?—Tal vez. Puede ser un espejismo.
—Yo viví en Francia. Conocí a Picasso.—¿De veras?
—Mierda, ya lo creo. Un tío cojonudo.
—¿Como le conocio?
—Llame a su puerta.
—¿Se molestó?
—No, no se molesto en absoluto.
—Hay gente a la que no le gusta Picasso.
—Hay gente a la que no le gusta nadie que sea famoso.
—Y hay gente a la que no le gusta nadie que no lo sea.
—La gente no cuenta. Yo no mearía en un agujero por ella.—¿Qué dijo Picasso?
—Bueno, yo le hice una pregunta, le dije: «Maestro: ¿qué tengo que hacer para mejorar mi trabajo?»—¿Contesto con topicos?
—No, se enrollo bien.—¿Qué dijo?
—Me dijo: «Mira, yo no puedo decirte nada sobre tu trabajo. Yo que se. Tu trabajo te lo tienes que hacer todo tu solo. Pasa de los demas».
—Ja.
—Sí.—Está bien.
—Sí. ¿Tienes fuego?Le pase el mechero. Su cigarro se había apagado.
—Mi hermano es rico, pero no quiere saber nada de mí. No le gusta que yo beba. No le gusta que pinte.—Pero su hermano no ha conocido a Picasso.
Maurice se levantó y sonrió.
—No, no ha conocido a Picasso.Se alejó por el pasillo hacia la parte delantera del almacen, con el humo del cigarro subiendole por encima del hombro. Se había quedado con mi mechero.