En Ponferrada me recorrí los bares de nuestro viejo barrio en busca de Susi. No la hallé en ningún sitio hasta que me encontré con su prima Rebeca trabajando detrás de la barra de una cerveceria. Me contó que Susi estaba empleada de camarera de habitaciones en el Hotel Temple. Me fui hasta allí. Estaba buscando la oficina del gerente cuando ella salió de una habitación. Estaba espléndida, radiante, como si el haber estado apartada de mí durante algún tiempo le hubiese ayudado a mejorarse. Entonces me vio. Se quedó allí parada, sus ojos se agrandaron y se inundaron de azul; siguió parada. Luego lo dijo:
—¡Indie!
Se vino hacia mí y nos abrazamos. Me besó apasionadamente, yo traté de devolverle los besos.
—Hostia. ¡Creí que nunca te volvería a ver!
—He vuelto.
—¿Has vuelto para quedarte?
—Esta es mi ciudad.
—Échate hacia atrás, déjame que te vea.
---Me eché hacia atrás, sonriendo.
—Estás flaco. Has perdido peso.
—Tú tienes buen aspecto. ¿Estás sola?
—Sí.
—¿No hay nadie?
—Nadie.Ya sabes que no aguanto a la gente, son tan estupidos.
---Gansos ciegos
---Como pollos, corriendo con la cabeza cortada.
---Nos reimos.
—Me alegro de que estés trabajando.
—Ven a mi habitación.
La seguí. El cuarto era muy pequeño, pero era acogedor.Podías mirar por la ventana y ver el tráfico, observar los semáforos cambiando de color, contemplar al quiosquero de la esquina como urgaba con su dedo en los agujeros de la nariz. Me gustaba el sitio.Susi se tumbó en la cama.
—Vamos, échate conmigo.
—Me da un poco de corte.
—Te quiero, so idiota, hemos follado más de 400 veces. ¿Te vas a cortar ahora?
Me quité los zapatos y me tumbé. Ella levantó una pierna.
—¿Te gustan mis piernas todavía?
—Joder, sí. Oye, Susi, ¿tengo algo que decirte?
---¿Sí?
—Me gasté todo el dinero en el billete de tren. Necesito un sitio donde quedarme hasta que encuentre algo que pintar.
—Te puedo esconder aquí.
—¿Puedes?
—Claro.
—Te quiero, Susi.
—Cabronazo.
Empezamos a movernos. Estuvo de puta madre. Estuvo de puta puta madre.
Más tarde Susi se levantó y abrió unas cervezas. Yo abrí mi último paquete de tabaco y nos sentamos en la cama a beber y a fumar.
—Tú lo tienes todo.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que nunca conocí a un hombre como tú.
—¿Ah, sí?
—Los otros sólo tienen un diez por ciento o un veinte por ciento, pero tú lo tienes todo, todo lo tuyo es absoluto, es tan diferente.
—No sé nada de eso.
—Tienes gancho, eres capaz de enganchar a las mujeres.
Eso me hizo sentir bien. Después de acabar nuestros cigarrillos hicimos de nuevo el amor. Luego Susi me envió a por cervezas. Regresé. Era lo menos que podía hacer.